viernes, 14 de mayo de 2010
12 de Marzo del 2001
Buenas mediodías tengan todos y todas:
Queremos agradecer a la comunidad de la Escuela Nacional de Antropología e Historia la oportunidad que nos dan de decir nuestra palabra al lado de estas personas que, a su virtud de dar luz a las palabras, suman su ser humanos que acompañan una lucha que sólo se inscribe dentro de la más grande por la humanidad.
Comenzar esta plática no es sencillo.
No sólo porque las luces que nos acompañan deslumbran y dejan muy pocos espacios oscuros, lugar predilecto para las sombras que somos.
También porque un escarabajo impertinente me ha impedido preparar algo reposado y certero, interrumpiéndome con toda clase de cosas absurdas e ininteligibles.
Tal vez hayan oído hablar antes de él, se autodenomina "Don Durito de la Lacandona" y se ha auto asignado la misión de, dice, deshacer entuertos y socorrer al menesteroso y desvalido. Por alguna razón que no alcanzo a comprender, Durito ha decidido que yo entro en la categoría de los menesterosos y desvalidos, y que, dice, mi vida entera es un entuerto.
Así que ya saben que lo que me ha desvelado en todos estos días, no ha sido el caudal de declaraciones contradictorias del Fox, ni las amenazas de muerte que generosamente nos ha prodigado el Partido Acción Nacional. No, ha sido Durito que se ha empeñado en que el autobús no es un autobús sino una embarcación, y que la marcha en realidad no marcha, sino que navega, puesto que la mar le da sustento.
Según lo poco que pude entender, Durito asistirá al concierto de rock que se realizará hoy en el Zócalo de la Ciudad de México y en el que participarán, según nos dicen, Joaquín Sabina, Maldita Vecindad, Santa Sabina y Panteón Rococó, además de un buen tanto de jóvenes y jóvenas.
Pero eso es, como todo en esta marcha, historia por venir.
En la cultura, el zapatismo ha podido encontrar oídos generosos y ecos que hablan su propia dignidad. En la música, particularmente en el rock, en las artes visuales y escénicas, en las letras y en los análisis científicos hemos encontrado gente buena, humana pues, que sigue sus propios caminos de la dignidad. Así que queremos aprovechar este acto para saludarlos a todos y a todas quienes en la cultura luchan por la humanidad.
Para hablar como zapatistas de los caminos de la dignidad, contaremos un cuento que se llama:
EL OTRO JUGADOR
"En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
(...)
Cuando los jugadores se hayan ido,
Cuando el tiempo los haya consumido,
Ciertamente no habrá cesado el rito.
(...)
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?"
AJEDREZ
Jorge Luis Borges
Éste es el cuento:
Un grupo de jugadores se encuentra enfrascado en un importante juego de ajedrez de alta escuela. Un indígena se acerca, observa y pregunta que qué es lo que están jugando. Nadie le responde. El indígena se acerca al tablero y contempla la posición de las piezas, el rostro serio y ceñudo de los jugadores, la actitud expectante de quienes los rodean. Repite su pregunta. Alguno de los jugadores se toma la molestia de responder: "Es algo que no podrías entender, es un juego para gente importante y sabia". El indígena guarda silencio y continúa observando el tablero y los movimientos de los contrincantes. Después de un tiempo, aventura otra pregunta "¿Y para qué juegan si ya saben quién va a ganar". El mismo jugador que le respondió antes le dice: "Nunca entenderás, esto es para especialistas, está fuera de tu alcance intelectual". El indígena no dice nada. Sigue mirando y se va. Al poco tiempo regresa trayendo algo consigo. Sin decir más se acerca a la mesa de juego y pone en medio del tablero una bota vieja y llena de lodo. Los jugadores se desconciertan y lo miran con enojo. El indígena sonríe maliciosamente mientras pregunta: "¿Jaque?".
FIN del Cuento.
Samuel Taylor Coleridge, poeta inglés de la bisagra de los siglos XVIII y XIX, escribió: "Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?"
En esta Marcha de la Dignidad Indígena, los zapatistas hemos visto una parte del mapa de la tragedia nacional que no tiene horario triple A en los noticieros radiales y televisados. Cualquiera de los presentes puede argumentar que eso no tiene mérito alguno y que no era necesaria una marcha para darse cuenta que el México de abajo es mayoritario en número y en pobreza.
Pero no vengo a hablarles de índices de pobreza, de constantes represivas o de engaños.
En esta marcha los zapatistas también hemos visto parte de los México rebeldes y de su verse a sí mismo y ver a los otros, que eso, y no otra cosa es la dignidad. Los México de abajo, particularmente el indígena, nos hablan una historia lucha y resistencia que viene de lejos y que palpita en el hoy de cada lugar. Sí, pero también es una historia que mira hacia delante.
Desde las montañas del Sureste Mexicano hasta el Zócalo de la Ciudad de México, los zapatistas hemos atravesado un territorio de rebeldía que nos ha dado una flor de dignidad morena como prueba de que estuvimos ahí. Hemos llegado al centro del Poder y encontramos que tenemos esa flor en las manos y la pregunta, como en Coleridge, es "¿entonces, qué?".
Contra lo que suponen los columnistas de la clase política, la pregunta no se refiere a qué sigue, sino a qué significa esa flor morena. Y, sobre todo, qué significa para adelante.
Yo sé que en estos tiempos de modernidad, donde los coeficientes intelectuales son sustituidos por las cuentas bancarias, la poesía por los spots publicitarios, y la ciencia por la diarrea verbal, hablar de sueños no deja de sonar anacrónico.
Sin embargo, la lucha de los pueblos indios por su dignidad es fundamentalmente un sueño, eso sí, es un sueño muy otro.
La lucha indígena en México es un sueño que no sólo sueña el mañana que incluya el color de la tierra, también, y sobre todo, es un sueño que lucha para apremiar el despertar de ese mañana.
Los pueblos indios resurgimos precisamente cuando lo que nos niega parece más fuerte y sólido. Y es que precisamente nuestro sueño adivina ya que los monumentos que el neoliberalismo se autoerige, no son sino ruinas futuras.
El poder quiere atrapar la lucha indígena actual en la nostalgia, los golpes de pecho y el "boom" de la artesanía. Se quiere acotar la lucha india al marco del pasado, algo así como "el pasado nos alcanza con las deudas pendientes", para usar el lenguaje mercadológico tan de moda. Como si saldar esas cuentas fuera el disolvente eficaz para borrar ese pasado y pueda así reinar sin problema alguno el "hoy, hoy, hoy" que el Fox usó como plataforma electoral y usa como programa de gobierno. El mismo "hoy" que el neoliberalismo ha convertido en nuevo credo religioso.
Si advertimos que el movimiento indígena quiere ser convertido en moda, no nos referimos sólo a los afanes publicitarios que quieren envolverlo.
Después de todo, la moda no es más que una vuelta al pasado cuyo horizonte final es el presente, el hoy, la actualidad, la fugacidad del instante.
En la lucha por la dignidad, se da una vuelta parecida al pasado, pero, y esto es fundamental, el horizonte final es el futuro.
Para ponerlo en otros términos, el neoliberalismo, que no es otra cosa que una moda, es decir, una vuelta al pasado con el horizonte del presente (por eso el "neo" que le da presente al liberalismo de antaño), concibe el mundo actual como el único posible, como la culminación de los tiempos (por eso el Fox dice y se dice que ya toda lucha progresista terminó con su llegada al Poder) y sus intelectuales y promotores de imagen (si es que hay alguna diferencia) disparan al reloj de la historia para detener la hora, y asegurar así que no hay más mañana que el hoy que ellos presiden.
Los intelectuales neoliberales, a diferencia de sus antecesores, han renunciado a la iniciativa histórica y ya no anuncian el futuro. No porque no alcancen a verlo, sino porque lo temen.
La lucha indígena mexicana no ha venido a retrasar el reloj. No se trata de volver al pasado y declamar, con voz sentida e inspirada que "todo tiempo pasado fue mejor".Creo que eso lo hubieran tolerado y hasta aplaudido.
No, los pueblos indios hemos venido para darle cuerda al reloj y asegurar así que llegue el mañana incluyente, tolerante y plural que, dicho sea de paso, es el único mañana posible.
Para hacerlo, para con nuestra marcha darle marcha al reloj de la humanidad, los pueblos indios hemos recurrido al arte de leer lo que no se ha escrito todavía. Porque eso es el sueño que nos anima como indígenas, como mexicanos y, sobre todo, como seres humanos. Con nuestra lucha leemos el futuro que ya se había sembrado ayer, que se cultiva hoy y que sólo podrá cosecharse si se lucha, es decir, si se sueña.
Al escepticismo hecho doctrina de Estado, a la indiferencia neoliberal, al realismo cínico de la globalización, los pueblos indios hemos contrapuesto la memoria, la palabra y el sueño.
Al lanzarnos con todo lo que tenemos en esta lucha, los indígenas mexicanos, como individuos y como colectivo, hemos obrado con un impulso universalmente humano, el de la rebeldía. Ella nos ha hecho mil veces mejores que antes y nos ha convertido en una fuerza histórica, no por su trascendencia en libros o monumentos, sino por su capacidad de hacer historia, así, con minúsculas,
La clave del cuento "El Otro Jugador" no está en la vieja bota llena de lodo que interrumpe y subvierte el ajedrez mediático de los señores del poder y del dinero, y el juego que hay entre quienes han hecho de la política el arte de la simulación y el engaño. Lo esencial está en la sonrisa que sonríe el indígena, y es que algo sabe. Sabe que falta ahí el otro jugador que es él y el otro que no es él pero que también es otro y falta. Pero sobre todo, sabe que no es cierto que la lucha ha terminado y que hemos perdido. Sabe que apenas ha comenzado. Y lo sabe no porque sabe, sino porque sueña.
En suma, los indígenas no somos parte del ayer, somos parte del mañana.
Y puesto que botas, cultura y mañanas, recordamos lo que escribimos hace tiempo, mirando hacia atrás y soñando hacia delante:
"Una bota es una bota que se equivocó de camino y que busca ser lo que toda bota anhela, es decir, un pie desnudo".
Y viene a cuento porque en el mañana que soñamos no habrá botas, ni vaqueras ni militares, sino pies desnudos, que es como se deben tener los pies cuando la mañana apenas comienza.
Gracias.
Desde la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Marzo del 2001.
P.D.- Yo sé que puede desconcertar a algunos el que, para hablar de la cultura desde los indígenas, recurra yo a otras voces, Borges y Coleridge en este caso, pero es que así me recuerdo y les recuerdo que la cultura es un puente para todos, encima de calendarios y fronteras, y como tal debe ser defendida. Así decimos y nos decimos no a la hegemonía cultural, no a la homogeneidad cultural, y no a cualquier forma de hegemonía y homogeneidad.
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